La ciudad aún dormía, en realidad esta ciudad siempre dormía. Limitaba su existencia a un bucle continuo de transeúntes que seguían su camino como monótonos cuerpos sin alma.
Eran las siete de la mañana otro día más un hombre despertaba en la puerta de un cajero, otro día más calado hasta los huesos. Mira a la gente pasar escucha sus conversaciones, no por cotilla, la escucha con miedo de olvidar su sonido de olvidar la increíble magia de las sílabas al deslizarse por los labios de la gente para, al instante siguiente estallar en una súbita música.
Pero el hombre sorprendido después de ya mucho tiempo sin ser parte de una conversación, escucha.
Atónito busca en su memoria pues ahora al escuchar a los monótonos seres que él recordaba como personas no escucha nada. Todo sonido producido se ha vuelto vulgar, han cambiado las palabras por simples monosílabos, por sílabas inconexas con el mismo valor que tendría para el una moneda de tres euros. Acaso habría dormido tanto que también las monedas habrían cambiado?
Se remueve incómodo entre sus mantas y cartones. Que le han hecho a las palabras? A la magia? A los sueños?
Ha muerto, todo lo que el había amado había muerto. Rosalía, Antonio Machado, Becquer... Que le habían dado sentido al ya natural orden de las sílabas, ahora ya no había tiempo para la magia.
Huyó impávido, dejándolo todo atrás, el calendario seguiría pasando sus páginas sin que nadie recordase al mago de las palabras, pues ahora ya nada dura demasiado .
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