Ella llegó a casa tan cansada como siempre y la casa la aguardaba tan vacía como siempre.
Nada había cambiado desde el día anterior, se quitó la camisa como si así se despojase de su absurdo disfraz. A la camisa le siguieron sus pantalones.
Y asi, dejando un rastro de ropa de la cual se desprendía con indiferencia mientras que con su mano libre se aferraba a la botella de vino, se dirigió a su ya tan conocida habitación.
Que irónico resulta que se deshaga de todo aquello que le estorba para, día tras día volver al armario a por una de sus camisetas de infantiles dibujos que ella había odiado siempre. Aun conservaban su olor ese perfume que la hipnotizaba cada noche antes de sentir como el la envolvía entre sus brazos e iba poco a poco enrredando en su pelo hasta que sus labios atacaban su cuello.
Ahora se enfrentaba noche tras noche a la visión de una cama vacía de frías sabanas blancas, el aroma que ahora la acompañaba era el de un vino barato y sus buenos días los había cambiado por el frenazo de un coche que la hacia despertarse sobresaltada entre las sabanas manchadas de carmín para volver a disfrasarse otro día más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario