Amanece, septiembre.
Amanecemos, bajo un sol que no quema la piel, al capricho de una brisa que cala hasta los huesos.
Amanecemos a duras penas con el sonido de la alarma de fondo. Septiembre ya se nos escapa. Igual que se escaparon entre unos labios tintados de exagerado carmín rojo, los últimos suspiros en un andén.
Se nos escapa Septiembre, éxtasis de recuerdos que ya no arropan al anochecer. Y son acompañados por copas de vino que ocupando ahora el lugar del carmín se apropian de esos tiernos labios.
Labios que ya no descienden tan al sur.
Labios que ya no deshacen otros labios en medio de arrebatos de calor.
Ya no hay sol que caliente la piel, ni piel que queme otra piel. Ya los recuerdos se enfrían junto con la rutina de un café en la cocina, y la banda sonora de un reloj que solo marca las horas, que ya no marca los momentos, pues no encontramos en las calles mojadas más esperas ni más ansias que las de volver a un lecho vacío, a un álbum de fotos corrompido por la soledad.
Las heridas de la piel ya son comunes, ya no llevan nombre y apellido. La precipitación y las prisas solo las causa el horario. Y ese horario no tiene huecos vacíos no hay lugar para la sorpresa, para la locura. Ya no le queda lugar apenas para la añoranza, para el deseo de las noches de recuerdos de voces demasiado cercanas, de alientos que se confunden.
El carmín rojo ha sido desterrado al fondo del cajón, lo ha borrado un rosa pálido que se pierde en medio de un rostro blanco, y quizás demasiado blanco.
Amanecemos cariño, más lejos que cerca. Aún con el deseo de viajes hacia el sur, aún con la geografía pendiente. Despertamos sobre lechos de cenizas en los que hubimos volcado un fuego aterrador. Capaz de encenderse en medio de un océano.
Amanecemos sin nunca llegar a despertar, nos deslizamos sobre los rieles ya marcados sin pensar, porque pensarlo duele. Porque es más fácil hecharle la culpa a Agosto que nos hizo creernos invencibles.
Solo eramos un par de imbéciles que se creyeron en un eterno Abril.
Le rezamos demasiado a Baco, le tomamos la copa que nos tendía sin miedo y aceptamos su desorden. Pero el tiempo lo pone todo en su sitio.
Ya son las 6 de la mañana, amanece, y el despertar viene acompañado de dolores de cabeza y un álbum de fotos caído. Septiembre corre veloz.
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