Pero cada uno siguió por su camino, aunque nada continuó igual. Él anocheció desvelado por el relámpago atroz que ella llevaba dibujando en sus pupilas.
Cayó en el bucle infinito, se sumió en la absoluta decadencia, atrapado por la locura. Buscando tras cada rincón su perfume, el aroma fresco de su piel, que con una ráfaga de viento inundó su corazón.
Naufragó en las tinieblas del recuerdo momentáneo de su rostro, que abarca por completo su memoria.